lunes, 30 de julio de 2012

CURADURIA


Mi trabajo como critico de  arte se encuentra comprometido con develar los dispositivos críticos una ves que entendemos la práctica artística como una  “máquina de proliferación de sentido” que participa en los procesos de comunicación social, pero sobre todo comprendido no exclusivamente como un elemento de lo cultural, sino como una arma que se funda en el dominio de lo óntico.

En un tiempo como el actual, “tiempo de crisis” profunda, es de vital importancia inclinar el debate hacia el cuestionamiento de los estamentos de la verdad tal como mantenía Kafka, que la estructura de una casa solo aparece cuando la edificación esta en ruinas, o partiendo desde la lógica derridiana que formula un continuo desplazamiento de las significaciones; éste autor, invariablemente nos diría que “se escribe a dos manos” por una parte cumpliendo la normativa que rige a los conceptos y por otra parte se los disloca, descentrándolos hasta su diseminación. Esta puesta en “crisis” del modelo canónico que parte del “pensar desde las fisuras”, desde la eventualidad de lograr tambalear las estructuras, para a partir de las fisuras dejar ver estos nuevos universos interpretativos que dislocan o erosionan el “modelo”, son muy semejantes al “vivir peligrosamente” del pensamiento nietzscheano, una forma de situarse en la inseguridad.

Así también el ir a la deriva, que encontramos en la famosa “teoría de la deriva” del situacionista Guy Debord se exterioriza como una técnica de paso ininterrumpido a través de diversos ambientes, que se contraponen a la idea de viaje o paseo, porque no miden los riesgos propios de quien domina el calculo de posibilidades y las variables posibles, sino en donde el azar juega un papel primordial. 

Mi búsqueda entonces esta vinculada con encontrar prácticas artísticas que no encajan en el modelo de compresión para reparar en los paradigmas establecidos, la que le dota al arte y a los artistas, de una fuerza tal; posible de modificar la estructura ontológica del mundo, así la práctica artística y su carácter anómalo se tornan una suerte de “tropo” en el interior de una gramática  de la realidad.

Entendido así el giro epistemológico que sufriría la estética irónicamente nos sirve como la vía de escape y a la vez la única elección viable en el juego de la différance que nos llevaría a pensar que “otro mundo es posible”.

Hernán Pacurucu